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12 abril 2006

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Hace tiempo, cuando las calles que hoy pisamos estaban cubiertas de tierra y los alrededores eran cultivados, los niños que andábamos por estos lugares íbamos con el campesino a pedir que nos regalara una fruta. Nuestras madres iban al mercado y ahí encontraban los productos que sus vecinos cultivaban, con el antiguo arte heredado en cientos de años. Nuestros padres salían al campo y regresaban con las manos sucias, la frente empapada de sudor y la satisfacción de haber crecido, ese día también, los productos de su propia tierra.

Hoy, al principio de este nuevo milenio, las calles están cubiertas de cemento y asfalto, para que nuestros coches flamantes puedan llevarnos de una cuadra a la otra. Los niños no tenemos un lugar preciso en donde poder tocar la tierra, pero nos las arreglamos, viendo lo que era nuestra tierra entre los restos de los plásticos de nuestras sabritas, de nuestros refrescos y de nuestra única oportunidad de gozar nuestra edad. Nuestras madres van al mercado, pero el producto que compran quien sabe de donde provenga, quien sabe quien lo cultivo, quien sabe quien lo trajo hasta aquí. Nuestro padres trabajan, pero ya no su propia tierra, sino la de alguien mas, quien sabe quien. Se van al centro a la oficina de quien sabe cual grande empresa. Se van al norte a buscar chamba y dinero para darnos de comer. Se van a las fábricas de esta ciudad.

Lo que pasa está claro. Nos borraron del mapa. Nos quieren borrar del mapa y hacer de nosotros los consumidores del trabajo de otros, y los trabajadores de los negocios de otros. ¿Pero será posible? Si soy niño, tengo que conformarme con mi plancha de cemento para poder jugar un poco la pelota. Si soy señor, tengo que resignarme al trabajo que encuentro, ya sea en fábrica o en alguna oficina. Si esto no me sale, pues, a pensar y arreglársela como uno pueda. Abro mi puesto, de lo que sea. Pero, caray, ¿tengo que ofrecerle tacos a los chavos de la escuela? Pasa el micro justo aquí en frente, no será que algo de lo que contamina le cae a mi carne? Tengo que vender productos al semáforo, todo el día en medio de esta confusión, los coches no se paran, soy yo que tengo que esquivarlos. Si soy señora, a trabajar. Porque la ropa de la escuela de mis hijos cuesta algo. Porque los libros también tienen su precio. Y la cena, ¿quién la cocina? No tengo tiempo, me lanzo a comprar a la tienda grande estos tomates enormes, estas tortillas tan blancas, esta carne...pero, sabes tu ¿de dónde llegan todos estos productos? Si soy chavo, pues a ver como. ¿Quiero estudiar? Con lo que cuesta. ¿Quiero trabajar? Me piden experiencia, pero si nunca trabaje ¿cómo le hago para tenerla? Tendré que empezar algún día, ¿no? ¿Y dónde voy a trabajar? En alguna fábrica del norte, en alguna tienda que vende alcohol, o, ¿por qué no?, en alguna tienda de estas nuevas, modernas: OXXO, 7 Eleven, Burger King, McDonalds, SubWay...a vender comida industrial a mis amigos. Bueno, pero tendré quincena de casi mil pesos.

Una cosa es cierta. El mundo que hoy vivimos es mejor de lo de hace cincuenta años. Hay más cosas, más oportunidades, más posibilidades. Hay más instrumentos, más conocimientos. Hay más salud. Pero ¿por qué no es para todos igual?

No quiero convencerlos de nada. Soy solo un joven que anda por aquí. Pero ando preguntando. Ando volteando a ver todo lo que no se me hace normal, justo. Y pregunto. Al final, descubro cosas que me dejan pensando. Kentucky Freíd Chicken, ese lugar en donde veo muchos niños comiendo pollo de dudoso origen, en lugares lejanos de mi colonia paga para que la gente vaya a la cárcel. Burger King, en otros lugares igual lejanos de mi colonia, amenaza la vida de gente como yo que fue al otro lado a trabajar. Los deja sin papeles, les apunta una pistola en la espalda y les dice que mejor trabajen por el mísero sueldo que tienen...y que no se quejen. Coca-Cola ha matado miles de personas en otros países de este continente solo porque pedían que se les tratara mejor. Y mientras todo esto pasa, sigo comiendo sus carnes y a beber sus refrescos. Ni modo. Mientras enciendo la tele, veo la guerra y vivo del otro lado del mundo. La pintan difícil, pero ver la tanqueta que corre en el desierto me da ese sentido de potencia, ese sentido de fuerza imparable... Alguien inteligente, me dice que la guerra lleva consigo sufrimiento, dolor y muerte. Miseria, hambre, descomposición social, delincuencia, falta de oportunidades, inseguridad. Pero ¿cómo está eso? Digo, ¿no es lo mismo que pasa aquí? La miseria la veo cuando paseo por Iztapalapa, Azcapotzalco, pero también en el centro; el hambre la leo en los periódicos de Guerrero, Chiapas, Oaxaca, mas también la veo en los ojos de los niños de nuestras calles; la descomposición social la percibo en nuestras calles, en las casas en donde los niños tienen que asistir a las broncas entre sus padres, en la desconfianza que la gente se tiene al cruzarse por la banqueta; la delincuencia es cosa cotidiana en nuestra ciudad, asaltos, robos, asesinatos, secuestros, pero también transas en los palacios de gobierno, narcotraficantes hablando con políticos, políticos de todos los colores vendiendo principios, dejando que la gente se mate en los barrios, inculpando inocentes, abusando de la confianza y esperanza de todos nosotros; la falta de oportunidades la vivo directamente cuando descubro que la escuela en la cual quisiera estudiar cuesta demasiado, cuando veo mi mamá que no puede ir a un hospital, cuando busco algo que hacer en mi barrio y lo único que me queda es trabajar doce horas al día por un sueldo miserable y entonces, ¿qué hago? ¿mejor vendo drogas? ¿mejor asalto yo también? No gracias, pero sigo sin una oportunidad valida por ser aprovechada; la inseguridad la observo cotidianamente: cuando me siento inseguro porque quien sabe como llego a finales de mes, cuando no estoy seguro de poder darle de comer a mis hijos, cuando no estoy seguro de poder dar a mis hijos la educación que se merecen, cuando no estoy seguro de poder pedir ayuda a mi vecino. Y entonces, ¿qué pasa? ¿A poco la guerra está aquí también?

Tal vez así sea. La guerra en contra de un pueblo lejano a mi, a mi cotidianeidad, es tal vez la misma guerra que alguien ha decidido hacer en mi contra, en contra de mi y de mi familia, en contra de nosotros y mi barrio, en contra de todos nosotros que aquí abajo vivimos. Si fuera que no hay posibilidad para todos...uno puede aceptar el destino. Mas no creo sea así: ¿has leído cuanto dinero ganan los que nos mandan? ¿Has leído cuanto dinero se gastan en lujos? ¿Has leído cuanto gana una de esas empresas en las cuales a mi me pagan dos mil pesos mensuales? Algo está mal.

Hay una película interesante, que cuenta de dos amigos que, pura casualidad, regresan a 1492, en Europa. De un día a otro se encuentran en otra época. El primer amigo está entusiasta de la idea. Puede conocer a Leonardo Da Vinci, pintores famosos, puede, dice, correr a parar a Cristóbal Colon para que no encuentre América y les ahorre a los pueblos de aquí todo el sufrimiento que han pasado en estos 500 años. El otro amigo, asiste por mera casualidad a un homicidio, una flecha que mata a un hombre. Está aterrorizado. Ya no quiere salir a la calle, porque esta gente, dice, son bárbaros, se matan como nosotros comemos tacos. El primer amigo, entonces, se voltea, lo mira y le dice: “Sería como que alguien de esta época llegara a nuestra época, el año dos mil, y asistiera a un atropello de un coche. Pensaría que nos la pasamos atropellándonos con los autos”. ¿Por qué les cuento esto? Porque es cierto. Delincuencia sí hay. Sin duda. Los asesinatos y los secuestros son reales. Pero tampoco son cosa de todos los días. Y sin embargo en la tele, en los periódicos parece que nada pasa afuera de estos trágicos acontecimientos. Julio Cesar, antiguo guerrero y emperador romano, decía, en su libro más conocido, De Bello Gallico, que la única manera de dominar tanta gente y tanto territorio por si solo, era dividir al enemigo, tenerlos divididos para que no se aliaran entre sí y mejor aún, tenerlos peleados entre sí. Algo así hizo Hernán Cortez, a fomentar las divisiones entre los Mexicas y sus dominados. ¿Les parece? ¿No será que nos quieren divididos para controlarnos mejor? Chance, si piensan en todas las veces que deben de haber pensado que algo no estuviera bien y luego rendirse al pensar ¿cómo le hago solo?

Eso es. Está claro que si en mi barrio todos nos habláramos, nos confiáramos, quiero ver a un maleante meterse y asaltar mi vecino y caerle encima decenas de personas. Creo que ya no lo haría. Creo que ni se acercaría. Tal vez sea esa la solución. La comunidad. Tal vez descubriríamos que juntos somos capaces de resolver nuestro problemas por nosotros mismos. De hecho hasta ahora, hemos votado, hemos confiado nuestro futuro a otras personas y muchas veces la consecuencias han sido las que ya conocemos: traición, transa y, cuando alguien protestaba, represión. ¿No que se dice que la unión hace la fuerza?